Hay en Rosario
Toledo estimulantes ramalazos de locura. Una locura que es síntoma
inequívoca de personalidad. Manifestación de creatividad. En ella
luchan su vocación bailaora y su irreprimible tendencia histriónica.
En ADN están las dos, pero esta vez gana el baile. Baile
clásico y personal. El baile de siempre recreado hoy y por ella. Ver
bailar a Rosario es una experiencia que hace revivir la pasión por
la danza. Revitaliza y divierte, porque el humor forma parte también
del ADN de Rosario.
ADN es un
espectáculo largo y denso que, sin embargo, pasa en un soplo y te
deja con ganas de más. Alegrías, milonga-rumba, soleares, el
chacarrá, tanguillos, la caña y unas bulerías para rematar la
faena. Brillantez, seriedad y guasa. Cada una en su lugar y todas en
escena. Y una auténtica creación personal en cada número. Siempre
ella, su ADN y, por supuesto, Cádiz.
Rosario Toledo se
rodeó además de cantaores que tienen también Cádiz en su ADN.
Cantaores imprescindibles y necesarios para dar vida a lo que ella
quiere llevar al escenario. Una voz joven y una voz antigua. David
Palomar y Juanito Villar. El futuro del cante gaditano y las esencias
de un arte milenario. Y si Rosario demuestra inteligencia y una fina
sensibilidad para elegir cantaores, ¿qué decir de las guitarras? Un
toque polifónico. Un toque tan antiguo como contemporáneo. Rafael
Rodríguez Cabeza, una guitarra sinfónica. Y unas gotas de Jerez con
Niño Jero. Con ellos la percusión de Roberto Jaén, que lo mismo
acompaña a Palomar con los nudillos por soleá que baila el chacarrá
haciendo compás con una botella de anís que sostienen al alimón,
cabeza con cabeza, Rosario y él.
No se puede pedir
más. ¡Chapeau Rosario!
José Luis Navarro