Una cosa es bailar y otra muy distinta escenificar y contar
una historia con baile. Juan Andrés Maya sabe hacer muy bien lo primero, pero,
por lo que vimos anoche, anda bastante
pez en las artes escénicas. ¡Qué lástima! ¡Cómo nos hubiera gustado verle
bailar sin más! Lo que presentó en el Central fue un completo desatino, con
pies pero sin cabeza.
Primero nos contó los amores de una mora y un cristiano que
el padre de jovencita impide a bastonazos y que al final consiente y bendice
con un apretón de manos. Alba Heredia empezó con volantazos violentos de cadera
que muy poco tenían que ver con las sinuosidades voluptuosas de la danza árabe.
Menos mal que se cristianizó de seguida. Juan Andrés se entregó a una
larguísima soleá que precisamente por esa duración y las repeticiones que eso
conlleva nos fue desemocionando por momentos.
En la escena siguiente, dedicada a Federico García Lorca,
Raquel Heredia la Repompilla se trasformó en Bernarda Alba. Yo no sabía si
llorar o reír. ¡Qué disparate!
El resto se ajustó más a lo prometido: recuerdos y homenajes
a Carmen Amaya, Manolete ―Iván Vargas se lució con una farruca― y Mario Maya.
Atrás les acompañaron Sergio el Colorao y Rafi Heredia al
cante, Luis Mariano a la guitarra, David Moreira al violín, Rafael Vega a la
percusión y la voz y el laúd árabe de Suhail.
Conchi Murcia en el fin de fiesta. |
Y del teatro danzado a la verdad del baile flamenco. Del
Central nos fuimos a la Sala Garufa y allí sí que pudimos disfrutar y
embelesarnos con una soleá en regla. La bailó Conchi Murcia, una chiquilla que
cada día lo hace mejor.
José Luis Navarro