Javier Barón obró anoche el milagro de trasportarnos con su
baile a una hipotética Bienal, es decir, a un espacio donde reina la
imaginación y el arte. Porque arte e imaginación fue lo que derrochó el alcalareño
sobre las tablas del Teatro Central. Fue escueto y preciso para bautizar su
nueva criatura: "Barón... y la música". Música y baile. La esencia de
todo espectáculo de danza. No se necesita más. Y no es que Barón no haya
montado espectáculos llenos de contenido en su ya larga trayectoria como
bailaor. Baste recordar su Baile de
hierro, baile de bronce (2000) con el que rindió homenaje a Vicente
Escudero, Dime (2002), un desenfadado
divertimento dedicado a Federico García Lorca, o el más reciente Vaivenes (2010) con recuerdos de su
juventud. Pero Javier sabe que al final lo que perdura es el baile. Lo que
emociona es el baile. Lo que queda grabado en la retina del espectador es el
baile. Y eso es lo que ofreció anoche: bailes que le han emocionado al crearlos
y bailes que le han hecho sentir cómo los acogía el público.
Con ellos nos cautivó una vez más. Fue un muestrario de
pasos, de manos, de pellizcos. Toda la riqueza del baile flamenco plasmada con
esa elegancia varonil que lleva su sello. Toda una lección magistral para los
que empiezan. Todo un goce para los que gustan del baile. Empezó con una
seguiriya en recuerdo de Vicente Escudero, su creador. Siguió por tangos. Nos
encandiló con una farruca. Hizo un remate por guajira a la guitarra de Patino y
remató con largueza por soleá por bulerías.
Javier vino además muy bien acompañado para poner la música
que requería el recital. Javier Patino a la guitarra, José Valencia al cante, Alexis
Lefèvre al violín, José Carrasco a la percusión y Raúl Rodríguez con el tres
cubano. Fue todo un regalo para el público. Gracias, Javier.
José Luis Navarro