A pocos les pueden caber dudas de que el Flamenco es un arte
universal. Porque despierta el interés y alimenta el gozo en los cinco
continentes de este planeta y porque tiene intérpretes nacidos en cada uno de
ellos. En Sevilla, cuna de su aprendizaje formal, surgen un día y el siguiente
jóvenes artistas de las más variadas nacionalidades. De momento, se salva el
cante de esta invasión artística. Desde luego, la lengua parece una barrera
infranqueable. Todavía no se comprende una seguiriya con acento del Bronx, pero
todo terminará andándose.
Viene todo esto a cuento de la actuación anoche en La Caja
Negra de Eliza Miscior, polaca, Diaa Eddin, sirio, y Kentaro y Kojiro,
orientales. El cante lo puso Paco Borrego Díaz, cordobés. Iban a taquilla y
llenaron el local. Eliza y Diaa no solo están sobrados de arte, sino que tienen
poder de convocatoria. No les pasa como a algunos aficionados con ínfulas de maestros, como el Pechuguita, a los que nadie paga por escuchar y luego, encima, se niegan a actuar para los
cuatro amiguetes que hacen el esfuerzo de ir a verlos, porque "ellos no
cantan por cuatro euros" ―de esto fui testigo presencial el otro día―.
El concierto lo abrió Paco Borrego con un cuplé por
bulerías. Nos gustó. Tiene una voz muy flamenca y sabe lo que hace con ella.
Después se presentaron Eliza y Diaa. Ella hizo una preciosa guajira adornándose
con un pericón y con Diaa de palmero. Se le nota, para bien, la huella de
Milagros Menjíbar. Luego, intercambiaron los papeles, ella se puso atrás y Diaa
remató el baile por soleá ―magnífica la soleá antigua de Triana que le cantó Paco
Borrego―.
La segunda parte la abrieron Kentaro y Kojiro por rumbas.
Eliza y Diaa salieron juntos y bailaron juntos. Hicieron un taranto
perfectamente sincronizado, rebosante de imaginación y originalidad. Con él,
terminaron de cautivar a un público que hacía ya tiempo que estaba entregado a
su arte. ¡Enhorabuena a todos!
Pero ahí no acabó todo. Sin anuncio previo, se presentó
Raimundo Amador y se puso a tocar con los suyos. Presenciar estas reuniones
artísticas espontáneas es todo un lujo que, como la lotería, algunas veces toca
en La Caja Negra.
José Luis Navarro