viernes, 29 de mayo de 2015

La Torre de don Fadrique otra vez testigo de jonduras

Como tantos otros rincones de Sevilla, la Torre de don Fadrique la descubrió para el Flamenco hace ya muchos años José Luis Ortiz Nuevo. Allí vivimos momentos memorables los amantes de lo jondo. Allí enamoró a muchos con su baile Milagros Mengíbar. Fue una noche que ha quedado grabada para siempre en la historia del baile flamenco, la noche del 7 de septiembre de 1988. Vale la pena recordarlo. Así lo contó Antonio García Barbeito (Diario 16, 8.9.1988):


EN LA TORRE DE DON FADRIQUE, UN “MILAGRO” APELLIDADO MENGÍBAR
Milagros bailó anoche “entera”; toda ella era una manifestación de baile. Desde las puntas del pelo hasta los pies. Milagros llenó la noche de formas mágicas hasta acabar de volver locos a los naranjos del patio.

Ese mismo año ganaba Javier Barón el II Giraldillo del Baile. El mundo es un pañuelo y la historia parece que también, porque después de estar años cerrada a cal y canto, anoche fue precisamente Javier Barón el que volvió a tener a esa torre centenaria otra vez por testigo mudo de su baile. Mudo, pero no del todo. Porque, esta vez Javier quiso hacerla hablar también a ella. Intentó que colaborara con él en el recuerdo que le iba a hacer a quienes nos han ido dejando últimamente, pero ella se mostró esquiva y solo dejó que pintaran con luces unos garabatos sobre uno de sus muros. Apenas si pudimos distinguir los rostros de Paco de Lucía, Moraíto Chico y me pareció entrever a Manuel Soler, pero había algunos más. Javier les bailó por martinetes y seguiriyas y las remató tirándose de rodillas ante ellos en señal de respeto y homenaje. Les hizo un baile tan clásico y a la vez tan nuevo como los sonidos envolventes con que inundaba el foso de la torre el bajo eléctrico de José Manuel Posada.


Luego, Antonio Campos y Miguel Ortega se arrancaron por marianas y Javier rejuveneció por tangos. Siguieron Campos y Ortega por soleá, se lucieron Posada con el bajo, Israel Katumba y Roberto Jaén con la percusión y Juan Campallo con la guitarra, y Javier volvió a las andadas por alegrías, con la misma limpieza de pies y la misma vitalidad y desparpajo que las hacía en 1988, aunque con más sabiduría. Ese regusto que dan los años.

Y el tiempo quiso también contribuir a esta celebración con un fresquillo más que agradable.

                                                                                                     José Luis Navarro