Hoy el cante de atrás es el pariente pobre del baile. Necesario,
pero poco reconocido. A veces olímpicamente ignorado. Y, desde luego, lo mismo
puede decirse de la guitarra. Menos mal que el formato de los recitales que se
ofrecen en locales como La Caja Negra o la Sala Garufa le dan su lugar y su
momento de protagonismo y lucimiento a ambos.
Ellos son los que en cada número de baile ponen los medios
imprescindibles para que este pueda desarrollarse. Y, en ocasiones, tienen que
sufrir en sus carnes cómo un aprendiz de bailaor o unos palmeros desaprensivos
organizan un colosal estruendo a base de palmas y zapatazos que casi ahoga el
cante. Se ve que en sus respectivas academias no les han dicho que hay que
"bailar al cante", que hay que "respetar" el cante y la
guitarra.
Por todo esto, hoy nos apetecía hablaros de Cristina Soler
(Huelva, 1989), una joven cantaora que cada noche se deja el alma para que el
bailaor de turno se pueda lucir. Una cantaora que tiene en su haber premios de
la importancia del I Premio de Cantes de Málaga, Granada, Córdoba y Huelva del
Festival del Cante de la Minas de La Unión.
Anoche en La Caja Negra estuvo particularmente inspirada y brillante.
Se rompió las entrañas por martinetes y seguiriyas. Le puso su sello personal a
unas guajiras que, por su apasionamiento y desgarro, más parecían salidas de una
fragua trianera que de un platanar cubano. Dio una lección por soleá y, para
rematar, hizo posible que todos pudieran darse una pataíta por fiesta. Le
acompañó la espléndida guitarra de Gori Mazo. Otro día hablaremos de él.
José Luis Navarro