“Próxima parada, Sevilla” se
anunciaba como el encuentro de “dos maestros, dos conceptos, dos estéticas”, un
mano a mano entre Carmen Ledesma, el baile de ayer, el baile sevillano de mujer
de siempre, y Amador Rojas, el baile de un futuro hecho presente. No hubo tal.
Fotografía: Jaime Martínez |
En realidad, Carmen fue la artista invitada de un espectáculo concebido y protagonizado en su mayor parte por Amador Rojas. Puso, eso sí, unas pinceladas de esa elegancia que caracteriza el baile de la tierra y nos cautivó con unos brazos femeninos que dibujaron imágenes escultóricas. Solo en momentos contados se les vio juntos en escena.
Fotografía: Jaime Martínez |
Amador llevó todo el peso del espectáculo. Hizo un baile híbrido hombre-mujer, cuerpo de hombre con andares, caderas y movimientos de mujer. Bailó apasionadamente. Fue un torbellino de auténticas diabluras danzarias. Se desmelenó literalmente. Dio saltos acrobáticos. Se movió en puntas. Zapateó con precisión y limpieza e hizo música con los pies —la escobilla de la soleá fue espectacular—. Derrochó imaginación y estuvo exuberante de creatividad. Y para que no faltase de nada, se elevó de punteras con las rodillas flexionadas reproduciendo el icono que ha quedado asociado a Michael Jackson. Fue un auténtico ciclón que pasó por Sevilla camino de otros horizontes en el mundo de la danza.
Fotografías: Remedios Malvárez |
Atrás estuvieron acompañados por dos voces magníficas, María Vizárraga y Antonio Campos —cuánto tiempo hacía que no escuchaba la cartagenera del Morato que dice “Anoche fui al teatro y vide a la emperatriz”—, una buena guitarra, Eugenio Iglesias, un buen piano, Ramón Santiago, y una percusión, Luis Amador, que nos regaló un solo impresionante.
En total, fue exactamente una hora,
que nos supo a poco y nos dejó con ganas de volverles a ver.
José Luis Navarro